Abidal. El número 22 de mi hija.

b_WEMBLEY_b_Abidal_alzoNew York, 30/05/2022

Querido Papá

Necesitaba mandarte estas pocas letras. Ayer estuvimos horas hablando por teléfono. Esta vez no pude acompañarte a la final de Champions. Que alegría con la victoria. ¡Cuánto hacía que no celebrabamos una! De pequeña estaba acostumbrada a ganarlas cada dos años. Sí, ya sé que casi hemos visto ganar las mismas, tú tan solo una más y que, constantemente me recordabas que esto es un juego. Que se gana a veces y se pierde muchas. Pero no creía que tardáramos tanto.

Pero te noté menos contento que otras veces. ¿Cuántos años hace que estuvimos en Wembley? Once, ya, como pasa el tiempo. Aún llevo encima las fotografías que nos hicimos. Yo, con esas dos coletas que tanto te gustaba que llevara. Tres días después cumplía diez años. Fue el regalo que tanto esperaba. El mejor regalo.

De Londres apenas recuerdo nada. El Támesis y la galería esa de arte que me llevaste a ver. Sí, la Tate. En cambio del partido lo recuerdo todo. El gol de Pedro, el empate de Rooney. Descanso. Y luego el festival. Los goles de Messi y Villa. Las paradas de Victor Valdés. ¿Recuerdas?, mi primera camiseta “exigida” fue la de él. En el colegio hacían broma. Una niña con coletas y portera. Cosas de mi hermano. Necesitaba un portero para entrenar y me cogió a mí. Pero me gustaba hacerlo. Siempre me gustó Valdés. Y cuantos partidos nos salvó. Que pena que se fuera. Uno más que nos dejó. Fue un tiempo convulso. Pasamos del futbol a los negocios. Del campo a los despachos.

En el banquillo estaba Pep. Me costó mucho entender porque le profesabas tal cariño. Salvo que en ese momento cambió al club, según me contabas. Ya sé que con el tiempo tuvisteis alguna relación de cordialidad. Hablabais de futbol en general y de música y libros. Jamás le preguntaste nada de lo que acontecía en ese momento en el Club. Pep cambió, en ese momento, al Club. No es ese el trabajo de un entrenador, ya lo sabes. Como mucho debe cambiar al equipo. Pero él lo cambió durante un tiempo. Y en parte, nos cambió a todos. En esos años escribías un bloc en Internet. “Sentiments en Miniatura”. Recuerdo el nombre. Muchas veces me llamabas así, de pequeña: miniatura. El día que se despidió escribiste un buen texto. No fue de los mejores, pero sí uno de los más sentido. Se cansó o hartó. Y se fue a esta ciudad en la que estoy ahora (ahí fue creo cuando entablaste alguna relación con él). Luego se fue a Munich. La ciudad que, siempre me dijiste, tiene el Ayuntamiento más bonito de Europa.

Pero sabes, lo que más recuerdo de aquella final, fue todo lo que aconteció alrededor de un jugador. Abidal. Sabes que con el trajín que llevo, de lado a lado, no acarreo grandes cosas. Pero siempre me acompaña esa camiseta. La del número 22. Ese número que en cualquier otro lugar nadie se hubiera nunca atrevido a colocarse jamás. Esa camiseta que siempre debería haber estado prohibida para cualquier otro. Salvo en nuestro club, en nuestra casa. Somos así. Y no hemos cambiado.

Hacía poco había sufrido la extirpación de parte del hígado. Se le había diagnosticado un cáncer, sí esa maldita enfermedad que ya se ha llevado por delante a muchos conocidos. Y llegó para la final. No sé si te acordarás pero el día en que me hice la foto con el equipo, sí, esa que guardas en el despacho como si fuese oro en paño y, que maltrecha llevo en el monedero, fue el primer partido en que no estaba Abi. Los jugadores saltaron con una camiseta con su nombre. En ese momento no me gustó. Hubiese preferido que llevaran la azulgrana. Hoy, en cambio, me parece mucho mejor esta imagen. La de un equipo, un grupo, volcándose con un compañero.

EOLYMPUS DIGITAL CAMERAl final del partido, con la copa en sus manos, arriba, en lo más alto de aquella interminable escalinata, en la  que un día Guardiola contó los peldaños. Y ahí arriba estaba él. Abi. Mi número 22. Con el brazalete de capitán en el brazo izquierdo, la medalla colgando del cuello y el Unicef en el centro de la camiseta. Estábamos abrazados y notaba como temblabas intentando amagar las lágrimas, hipando de alegría.

Luego, en el campo, Pep lo esperaba. Se fundieron en un abrazo interminable. Siempre me comentabas que a Guardiola le gustaba el sentido del tacto. De eso tú sabes. Necesitas el contacto, el acariciar, el tocar para saber que ESTAS. Sí, así, con mayúsculas. Luego, vimos las imágenes en el hotel. A Pep se le veían los ojos enrojecidos igual que tú en la grada y luego delante de la pantalla.

Que tiempos. Al año siguiente vino la recaída. La segunda vez fue necesario el trasplante. Y el 22 siguió luchando. No sólo se aferró a la vida. Su mujer y sus niñas, esas que un día de celebración tenían frío en la hierba del Camp Nou. Se aferró a su sueño. El de poder seguir disfrutando con su profesión. No quiso ser un héroe que había superado por dos veces la enfermedad. Se propuso volver a ser el que era. Y lo consiguió. Demostró que podía seguir jugando. No sabíamos a que nivel de exigencia. Pero lo logró.

Dos años justo después de Wembley el Club lo echó. En ese momento no lo entendí. Echaban a Abidal. Echaban a mi número 22. No le deban ni tan siquiera la oportunidad de probarse, de comprobar si estaba para el nivel de exigencia que corresponde a un Futbol Club Barcelona. NoOLYMPUS DIGITAL CAMERA. Un gracias por todo y un lugar en el inmenso organigrama del club fue todo lo que en correspondencia le brindaba el Club.

Recuerdo que hacía no mucho habías ido a verle en la presentación del libro ese solidario que hacen algunos periodistas. Sí el “Relats Solidaris”. Ese que cada año llevas a casa. Cuando llegaste a casa me hiciste verlo por Youtube. Y lo mismo hiciste el día que lo echaron. Me hiciste ver la rueda de prensa entera. No nos dijimos nada en todo el visionado. Tan sólo al final me comentaste, y lo recuerdo como sí acabase de suceder  “en la vida hay personas, gente y gentuza”. Siempre has sido demasiado concreto. Por mi parte pensé que a veces lo de “més que un club” nos queda muy, muy grande. Y que, que suerte que el Unicef, que un día llevamos en el pecho, ya lo habían trasladado a la parte baja de la espalda de la camiseta. Que hay cosas que no ligan mucho.

Me acuerdo de la rueda de prensa. Esas palabras de “me hubiera gustado seguir jugando en el Barça”. O esa “han tomado una decisión que no me esperaba. Pensaba seguir porque he luchado mucho para volver a jugar aquí”. De entrada la posición en la mesa me sorprendió. En el centro no estaba Abi, si no el entonces presidente. ¿Cómo se llamaba? A sí, Rosell. Y Abidal en un costado de la mesa. Con Zubizarreta en el otro. En primera fila muchos de sus compañeros. Y Tito Vilanova. Es curioso que no estuviese en la mesa. La cabeza gacha en casi todas las imágenes en las que aparecía. Hacía pocos días un jugador de básquet, Pete Mickael, había anunciado su adiós por una enfermedad y ahí tuvo a su entrenador al lado. Me extrañó. Luego, con el paso del tiempo, supimos por qué no quiso estar arriba. Pero eso es otra historia. Esos abrazos, al final, con sus compañeros. Esas lágrimas desbordándose poco a poco tras cada abrazo. Una tras otra cayendo y mojando el hombro de los que le apoyaban.

Y ese día tuve muy claro que mi camiseta del Barça iría siempre con el 22. Tu número. Mi nombre. Abidal.

Se, papá, que ayer debía pasar todo esto por tu cabeza. Que montón de años perdidos otra vez. Es un problema que tenemos. Que siempre ha existido en el Barça. Nos gustan las palabras que suenan bien. Somos buenos creándolas y enseñándolas al mundo como si fuéramos alquimistas acabando de descubrir la piedra filosofal. Luego, por eso, nosotros mismos la convertimos en un vulgar pedrusco. Las desposeemos de todo valor. Esa era la época de los “valors”, “masía”, “cantera”. De tanto y tanto usarlas acaban convirtiéndose en un chascarrillo de feria ambulante, sin ningún sentido más que el enaltecer a quien las pronuncia. Directivos que se llenan la boca de palabras que no cumplen. De mentiras o medias verdades pronunciadas tan solo para escurrir el bulto. Para no comprometerse en nada que no les sea interesante.

Siempre me lo decías. Acuérdate de estos jugadores. De estos técnicos y del equipo que los lleva. No los olvides nunca. En esta casa nunca, nunca, hemos sabido ni despedir ni querer a los nuestros. Los echamos de menos, cuando no están, tan solo si las cosas se tuercen. Pero nada más. Y así ha sido siempre. Te lo decía mi bisabuelo y mi abuelo a ti, y tú me lo dijiste un montón de veces. Y tenías razón. Sin querer y valorar la historia, haciendo como si no existiera, todo el presente nos conduce a la nada.

Bueno, Papá. Ya ves. No vamos juntos al campo pero no he podido dejar de hablarte de una de tus pasiones. Esa que me has inculcado y que va conmigo a todas partes. El Barça. Y alégrate. Esta junta nueva, que acaba de llegar como quien dice, compuesta por gente toda futbolera, de esa que te gusta, de ex jugadores y ex técnicos,  esperemos que nos lleven de nuevo a otros vocablos que perdimos por el camino. Básicamente, HUMANIDAD. Y recuperemos ya el “més que un club” y sea para siempre.

Un beso de tu hija, desde NY

P.D. Y si algún día te cruzas con Pep, con Tito o Abidal, Abi, mi número 22, dales un beso de mi parte. Y recuérdales que, aunque intentaron borrarlos, hacerlos desaparecer de nuestra memoria, fueron eternos.

4 pensamientos en “Abidal. El número 22 de mi hija.

  1. Sublime. Espero que sepamos reaccionar a tiempo ante esta gente que debería estar jugando con sus propias empresas y no con nuestro Barça.

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